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ENTRE LA LIBERTAD Y EL ORDEN

La evidencia más insoslayable que da muestra de la raigambre del conflicto armado colombiano durante la segunda mitad del siglo XX –y sus diversas etapas de violencia— ha sido el establecimiento del bipartidismo entre liberales y conservadores. El repartimiento de la institucionalidad entre unos y otros que se acrecentó aún más durante la instalación de la dictadura civil del Frente Nacional, ha sido la seguidilla del debilitamiento del Estado colombiano a causa del clientelismo, la burocracia, el acaparamiento del aparato público por el caudillismo y los barones políticos, además de la división del país que no ha permitido la unificación en los ideales patrios “libertad y orden”.

Las ‘subculturas’, nacidas de uno u otro partido, han engendrado la división. Dado la incapacidad de movilidad social y política por el robusto juego bipartidista, la población se inscribe en interacciones estratégicas, redes colusivas y usos instrumentalistas para materializar sus ambiciones individuales.

Digamos que ciertos métodos usados para actuar en detrimento de otros conforman la identidad que nos une o como dicen diversos sociólogos, “la violencia es lo que nos une”. En efecto, la violencia actúa como constructora de la memoria colectiva en vastas capas de la población colombiana, al igual que protagoniza el papel de ser una gran fuente de empleo.

Y esa violencia de tinte multifacético, que divide el territorio nacional en crimen organizado, guerrilla y paramilitares, y la irrupción del narcotráfico a inicios de la década de los ochenta, ha borrado los referentes históricos del problema real. Este avance representa lo que el M-19 fue en la década de los ochenta para Florida y Colombia, es decir, un proyecto reformista, pero de avanzada propuesta transfiguradora de tradicionales y viciosos valores.
El M-19 hizo lo propio al reivindicar la simbología patria que se estableció cuando nuestro país fue desprendido del yugo español.

Su actuar mediante actos simbólicos de gran envergadura llamó la atención porque convocaba a la “socialbacanería” o “socialcheverismo” y la lucha en las ciudades, en vez de la ortodoxia marxista de las Farc que llamaba a hacer la guerra en el campo, cuando el 70% de la población vivía en los cascos urbanos. Gran parte de floridanos fueron embelesados por la apertura que proponía el M-19, que de una u otra forma, reprodujo el caudillismo de los más afamados líderes del bipartidismo, aunque de manera muy distinta; no bajo la vanguardia de la persona, sino bajo la participación de todos; no bajo la adopción de modelos extranjeros, sino bajo uno a la colombiana; por último, no bajo el llamamiento a símbolos particulares como las banderas rojas, azules, y el Cristo crucificado, sino bajo la bandera colombiana representativa de todos los nacidos aquí

En contraste, las Farc llamaban en un inicio a un modelo soviético –que debido a la estrategia política fue relevado por el bolivariano—, al alejamiento de los centros urbanos con trabajadores y estudiantes “pequeño burgueses”, a la ruda disciplina militar dentro de sus filas, a su constante comparación con el Estado colombiano y la justificación de los actos contra él mirándolo como actúa porque “de igual manera es con las masas”. Esto hace de las Farc una organización de estructura jerárquica cerrada y tradicional (casi parecida a la institucionalidad del Estado colombiano). Después de 43 años de fundación, las Farc todavía circundan en un discurso representativo en cuanto hablan de que ellos son el pueblo, sin abstraerse de su realidad y contextualizar el rechazo que casi la mayoría de la población hace de ellas. Una de las cosas que diferencia a las Farc del M-19 es su lenguaje de vanguardia o del líder de vanguardia, cuando el M-19 usaba algo parecido a las expresiones zapatistas como “ordenar preguntando” o “ser la retaguardia”.

Pese a todo esto, el M-19 dejó las armas y su imaginario aún queda en el recuerdo de sus combatientes y población civil adepta. Como proyecto político fracasó la Alianza Democrática/ M-19, pero se adhirió al partido de izquierda Polo Democrático. Las Farc son hoy en día la guerrilla más vieja del mundo con casi 15.000 combatientes y la adhesión de vastos grupos del campesinado marginados que encontraron en ella la posibilidad de sobrevivir a partir de la siembra de la hoja de la coca, puesto que las políticas neoliberales depredaron el campo. Pese a esto, la exacerbación de la guerra los ha hecho blanco de la fuerza pública y los grupos paramilitares. El factor de supervivencia y el poder local monopolizado por un grupo y otro, hace que determinada población se sienta protegida por la guerrilla, el ejército o los paramilitares.

Al final, el apoyo a cualquiera de los tres es meramente instrumentalizado porque de este depende la seguridad, tanto física como económica. Quizá el M-19 hizo adeptos políticos e ideológicos más que cualquier otra guerrilla, aunque tampoco quedaron exentos de la relación con el narcotráfico. Cuando el sostenimiento de la lucha armada requiere de dinero, nadie se salva de adquirirlo de otra forma en un país narcotizado. ¿La adhesión en Florida al ‘eme’ se dio por la vía romántica o por la vía de la instrumentalización? ¿Las Farc consolidaron su poder en Florida luego del desmonte del M-19 a través del discurso de la lucha por la tierra en el norte del Cauca (que el M-19 uso para consolidarse) o fue simplemente del uso del territorio como corredor estratégico para el tráfico de drogas, abigeato, tráfico de armas y extorsión lo que hizo acaudalar adeptos? Eso es lo que averiguaremos por medio de los relatos de los floridanos y el discurso que han construido acerca del conflicto armado.

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